Extrañamos el silencio

Ausentes en la sonoridad, robustos en el estruendo y extendidos en los estímulos… extrañamos el silencio. 

Extrañamos el silencio en lo corto que se han convertido los minutos, extrañamos el silencio en el absorto -iluso- de la inmediatez. 

Extrañamos el silencio en el absurdo, en la broma, en la descalificación, falta de planeación y de reflexión. Somos automáticos y negamos la frustración.

Expandimos nuestra capacidad de estar, multiplicarnos y conectarnos; proyectamos por miles de canales nuestra presencia y aunque no haya decibeles: extrañamos el silencio. 

Extrañamos el silencio de estar en contemplación, extrañamos el contemplar nuestros pensamientos, escuchar nuestros sentimientos y callar con ellos, entenderlos. 

Extrañamos la capacidad de desconexión, de disolución en el momento, de callar la mente, de apagar las expectativas, de pausar los pendientes, de ser y estar en el momento.

En el silencio, callamos el ruido sonoro, mental, multicanal. Apagamos las antenas y encendemos nuestras venas. Escuchamos pues, apenas, nuestros sueños, ideaciones e ilusiones. Convivimos, abrazamos, discutimos, nos reímos y estamos… ahí y ahora, estamos.

Extrañamos el silencio, con desasosiego somos víctimas, jueces y directores de todo nuestro alrededor; lo cambiamos, lo ajustamos y lo alborotamos… en ruido, en vanidad y en señalamiento.

Extrañamos el silencio, nuestro pulso en el cuello, la conciencia de nuestro estado, la reflexión en el espejo, la verdad, la luz de los ojos y el golpeteo sincero de la cola de nuestros perros. 


Extrañamos el silencio en el momento de estar y estar en el momento de callar… callar para escuchar, escuchar para concientizar, concientizar para hermanar, hermanar para liberar. 


Andrés Mesa Z. Ene 19

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