Último tren:

Dispuso de un silencio prolongado para no emitir palabra alguna, un suspiro suscitó en medio de ese frío juzgador, suspiró con vaho que el ambiente claramente retrató.
No traía maletas, no traía boleto, simplemente la ilusión de viajar. Ya lo había hecho antes y le resultó una experiencia inmejorable, el movimiento inconstante de las vías, el sonido rítmico que marca camino, las voces que rodean los vagones, las ilusiones de la estación y el infinito deseo de no parar.
Partió el tren. Sabía que iba tarde, sabía que probablemente eso iba a suceder, pero esa ilusión de abordarlo, de retomar el viaje lo motivó a correr por la avenida al cuarto para la hora, a entrar gritando a la estación, a pedir boleto con angustia y prisa y ante la negativa; a correr al abordaje y ver como se iba la maquinaría y sus células hospitalarias.
Calló, enmudeció, con él todo el lugar, no habían voces, no habían pájaros, incluso el mismo tren cesó su característico sonar.
El último tren corrió por las vías sin frenar a revisar y con su silencio y el vaho soltar, el sonido regreso a su escuchar; ahora opaco, algo gris, lejano, un poco hueco, describe el infeliz.


ANDRÉS MESA Z. nov10

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